lunes, 26 de junio de 2017

Guerguitiain - Navarra

En el valle de Izagaondoa hay una iglesia que se cae. No es una iglesia cualquiera, sino un bello edificio del románico rural. Las alarmas han saltado: la iglesia de Guerguitiáin sí tiene quien le llore.
Navarra está salpicada de pequeños rincones con encanto, de pequeños rincones que un día estuvieron llenos de vida, y que sin embargo hoy nos muestran la otra cara de lo que puede llegar a ser un pueblo. Y precisamente, el abandono, la ruina, el silencio, a pesar de todo, pueden ser evocadores, incluso bellos. La cultura de las ruinas, la voz de las piedras, es algo que siempre permanece vivo.
Habrá observado el lector que de vez en cuando me gusta asomarme a la historia de alguno de los muchos despoblados que tenemos en Navarra. Me gusta visitarlos; me gusta llegar a ellos por viejos caminos; fotografiarlos; recomponer su historia a través de los documentos que se conservan en el Archivo General de Navarra, en el Archivo Diocesano, o en algún otro archivo local; me gusta recoger los testimonios, si es posible, de aquellas personas que han llegado a vivir allí. Y en base a toda esa información es bonito recrear lo que un día fueron o pudieron ser; es bonito dejar que las piedras nos hablen engañando a nuestros ojos para que el corazón no se nos rompa ante la realidad que tenemos delante. Es el arte de imaginar el pasado en base a una información real.

Románico rural
Y desde esa sensibilidad a uno le resulta inevitable, en algunas ocasiones, revelarse ante lo que tiene ante sus ojos. No llegas a entender el porqué, no llegas a entender qué razones puede llegar a haber para que en pleno siglo XXI estemos dejando caer, y para siempre, determinados edificios o monumentos.
Cuando estas líneas escribo pienso en uno muy concreto, en uno que clama al cielo, en uno que se resquebraja y se hunde en silencio. Se trata de la iglesia de San Martín, en el despoblado de Guerguitiáin, valle de Izagaondoa, a la que se accede por una pista que une Indurain con Celigüeta. Doy por hecho, porque así suele ser en otros casos similares y no muy lejanos a ese, que estamos ante un problema de prioridad, pues la diócesis entiende que al no tener culto el edificio, no tiene los mismos derechos a ser rehabilitado que si tuviese culto; a esto hay que añadirle que la diócesis no tiene dinero para afrontar las necesidades de todo su patrimonio, que el lugar en el que está la iglesia está ya despoblado y que en consecuencia no tiene quien llore la pérdida de esa iglesia, ni quien mueva un hilo para lograr su restauración.
Pero la realidad está allí, todavía en pie. La iglesia de Guerguitiáin es una bella muestra del románico rural. No llega a la riqueza ornamental de la vecina iglesia de Artáiz, pero pese a ello se nos muestra como un edificio de un incuestionable valor artístico, y que en otro emplazamiento más accesible haría las delicias del turista o de cualquier persona que tenga un mínimo de sensibilidad artística.
 Para empezar luce esta iglesia una esbelta espadaña, la única que hay en todo el valle de Izagaondoa. Algún desalmado la desnudó; le arrancó la campana, y a esta la arrojó sin piedad sobre la cubierta, hundiendo todo lo que encontró a su paso: el tejado, el suelo del coro… hasta estrellarse contra el suelo.
No se conformaron los ladrones con llevarse la campana. Arrancaron también el retablo; y he utilizado el verbo adecuado: arrancar. Y levantaron el suelo, por si había alguna tumba debajo, o algún tesoro de esos que nunca te sacan de pobre. Y se llevaron la pila bautismal. Y el ara. Y todo lo que pillaron. Una acción así solo puede ser obra de ladrones sin escrúpulos, de mercaderes de sentimientos, tan impresentables como el que luego recibe las piezas soltando algún billete por ellas para luego hacerlas circular por los mercados negros del arte.
A todo esto hay que añadir que el ábside se resquebraja, tiene una grieta de más de un palmo de anchura; que en el interior, encima de la puerta de la sacristía, la pared está abombada y amenaza con reventar en cualquier momento; que las hiedras, aunque muertas ya, se han apoderado de la fachada que mira a Izaga.
La iglesia de Guerguitiáin está esperando que alguien se apiade de ella. Todavía se está a tiempo de evitar su desplome; y no sé durante cuanto tiempo más podré decir esto. Duele verla así. Es impotencia lo que se siente al ver esos capiteles trifólicos, al ver esas caras talladas en la piedra. Son caras pétreas que nos miran con perplejidad, la misma perplejidad que siento yo al ver esa joya del románico rural cayéndose poco a poco en medio de una escandalosa indiferencia.

(Pueblos deshabitados de Navarra)






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