miércoles, 7 de diciembre de 2016

Estación de San Leonardo de Yagüe - Soria

Lo que llama la atención fue la estación de ferrocarril, abandonada cómo tal aunque parecía estar habilitada como vivienda. Al preguntar a un lugareño, éste me indicó que la estación formaba parte de la inconclusa línea ferroviaria Santander-Mediterráneo, proyectada a principios del siglo XX, que debería unir por tierra los puertos de Santander y Valencia, es decir el mar Cantábrico con el mar Mediterráneo, pero que la habían cerrado en el año 1985 cuando se suprimieron algunos tramos de la línea que habían llegado a estar en uso pero que resultaban deficitarios. Las obras de la línea ferroviaria Santander-Mediterráneo son paralizadas y liquidadas en mayo de 1959 las obras. Las razones de la paralización son muy variadas. Por una parte fue provocada por los recortes del Plan de Estabilización Nacional del Franquismo, que pretendía industrializar la España de la posguerra mediante la intervención económica del Estado. Pero todo ello se tradujo en una corrupción económica, derivada en recortes en la inversión pública, devaluación de la peseta, congelación de salarios y reforma tributaria. A su vez, técnicos de la propia RENFE mediante un informe emitido en mayo de 1961 recomiendan la paralización total de las obras debido a que su puesta en servicio supondría la disminución de los ingresos de la línea Santander-Palencia, no compensando los posibles incrementos de tráficos el mayor coste que supondría el mantener abiertas las dos líneas. Además, otro informe publicado en octubre de 1962 por el Banco Internacional de Construcción y Desarrollo a petición del Gobierno Español "aconsejaba" no concluir las obras. A partir de ese momento la política de transportes se dirigió hacia la potenciación masiva del transporte por carretera, dando de lado las líneas ferroviarias secundarias. 

 (Fotógrafos del olvido)

Serracín - Segovia

La sierra de Ayllón, una pequeña cadena montañosa situada en el vértice de las provincias de Soria, Segovia y Guadalajara, encierra un verdadero tesoro de arquitectura popular, una serie de pueblos mínimos cuyas tonalidades oscilan entre el rojo y el negro de la piedra, creando conjuntos de una gran armonía.
Uno de estos pueblos es Madriguera, que está siendo objeto de una excelente recuperación gracias a la mejora de muchas viviendas y su transformación en residencias de fin de semana. Paradójicamente, Serracín, a menos de 2 kilómetros, parece condenado a un destino muy diferente y amenaza con convertirse en un caserío hundido en el que apenas se salvan dos o tres casas, arregladas con desigual fortuna.
El recorrido del pueblo permite reconocer entre las ruinas un pasado de cierta entidad, que se remonta por lo menos al siglo XVI. Tres siglos más tarde llegó a contar con más de 120 habitantes que se repartían en más de cuarenta viviendas y disponían de ayuntamiento, escuela "de primeras letras" y un par de fuentes de excelentes aguas. La economía de los lugareños se basaba en la ganadería, en el aprovechamiento del suelo, algo pobre para los cultivos, y en la cría de gallinas cuyos huevos se vendían en los mercados de la zona. Además, el término incluía el monte de Mingohierro, en el que hubo yacimientos de plata y carbón de piedra.

Piedra rojiza

Entre las construcciones que siguen en pie todavía se puede ver algún corral en el que deambulan las gallinas, así como los restos de grandes establos, contiguos a las viviendas y antaño destinados a todo tipo de animales: ovejas, cabras, vacas y mulas. La primitiva plaza, en cuyo centro se encuentra una de las fuentes, está presidida por los restos de la iglesia de la Natividad, de la que únicamente se conserva la espadaña, construida en parte con piedra de un singular color granate y flanqueada por una puerta dovelada de la misma tonalidad. La variedad de los tonos que salpican los muros de casas y cercas, levantados con piedras blancas, ocres, grises y negras, es la característica más llamativa de este pueblo, en el que también se pueden ver fachadas con las ventanas ribeteadas de rojo.


(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Modamio - Soria

Antes de llegar a Modamio, la carretera transita por una zona de paramera con breves ondulaciones que apenas anticipan la proximidad de algún profundo cañón. En uno de esos quiebros del paisaje, a más de 1.200 metros de altitud, se encuentra el caserío de Modamio, protegido por unas laderas terrosas sobre las que se asientan los característicos palomares y animado por el cauce de un arroyo que transcurre entre bosques de ribera.
El único habitante del pueblo durante todo el año es un pastor, que ocasionalmente mitiga su aislamiento gracias a la presencia de otros vecinos, durante los fines de semana y las temporadas de verano. Debido a esa tímida recuperación, Modamio conserva varias casas en regular estado y sobre lodo permite disfrutar de la estampa de su encantadora iglesia de la Natividad, un templo románico precedido de un pequeño atrio sobre el que se construyó en tiempos la casa consistorial. El interior de la iglesia, con algunas inquietantes grietas, conserva el coro y el espacio destinado a sacristía.
El resto del caserío se reparte a ambos lados del cauce y en su decadencia deja entrever un pasado de cierta pujanza, en que llegó a contar con más de 40 casas, una escuela mixta y un centenar de vecinos dedicados al cultivo de cereales, patatas y garbanzos y a la cría de ganado, sobre todo ovejas, que se alimentaban en los pastos del término. Éste incluía además una dehesa y un monte de encinar que abastecía de leña a los lugareños, tanto para la cocina como para caldear el hogar y hacer frente al clima frío de la comarca.
La dureza de las condiciones de vida, como en otros muchos sitios, fue lo que produjo el éxodo de los vecinos y cuando la electricidad llegó a Modamio, allá por los años 40, el pueblo ya había sufrido un daño difícil de reparar.


(Pilar Alonso y Alberto Gil)