sábado, 15 de octubre de 2016

Los Llazos - Palencia

Cuando la niebla cubre la pequeña localidad de Los Llazos, encaramada en la ladera de un monte y rodeada por el bucólico paisaje de pastizales de Peña Tremaya, el viajero tiene la sensación de encontrarse ante una aparición fantasmagórica, una especie de pueblo espectral sometido a alguna rara maldición. Sólo la presencia de dos o tres vecinos conjura esa atmósfera de escenario de cuento, más propia de una leyenda celta que de un núcleo rural de la montaña palentina.
Hace más de un siglo, Los Llazos contaba con casa consistorial, iglesia, escuela y una decena de viviendas ocupadas por otras tantas familias dedicadas al cultivo de cereales y lino, a la cría del ganado y a la pesca de truchas y cangrejos en el Pisuerga, que tiene su nacimiento en la cercana cueva del Cobre.

Manadas de lobos
Los cursos de agua, abundantes en la zona, permitían además el funcionamiento de dos molinos harineros y el relieve montañoso era muy propicio para la caza, en una época en la que abundaban los corzos y algunas manadas de lobos recorrían la región sembrándola de leyendas.
La dureza del clima y la escasa productividad del terreno provocó el lento despoblamiento de la aldea y hace algunas décadas ésta pasó a ser un silencioso conjunto de casas de piedra, escalonadas en una pendiente a los pies del cementerio, y presidido por la iglesia de San Martín, único vestigio de años mejores. Ésta es una curiosa construcción en la que destaca la espadaña, con tres campanas a las que se accedía por una plataforma de madera y una torre con escalones de piedra, vencida por las inclemencias del tiempo.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)