jueves, 13 de octubre de 2016

Les Eres - Lérida

El encantador valle de Castellbó, escenario de uno de los vizcondados que alcanzaron mayor relevancia en la Edad Media, durante la segunda mitad del siglo XX ha pasado a ser uno de los rincones más despoblados de la comarca del Alt Urgell. 
Varios núcleos que forman parte de este valle como Solanell, Sendes, Sallent y Castellnovet, entre otros, han visto cómo sus vecinos abandonaban las viviendas y buscaban acomodo en La Seu d'Urgell y otras poblaciones más pujantes de la provincia, manteniendo únicamente pequeñas explotaciones agrícolas y ganaderas en sus lugares de origen.

Cultivos en terrazas
Una de estas aldeas es Les Eres, que se asoma a la umbría del valle en un terreno de suaves pendientes cubierto de robles, pinos y abedules y rodeado de algunos cultivos en terrazas que acreditan la pasada vocación agraria del término. Durante el siglo XIX, los cultivos de trigo, legumbres y patatas, además de la cría de vacas, ovejas y cerdos, permitían subsistir a una población de treinta vecinos, repartida en seis o siete modestas casas de piedra con tejados de pizarra. Su dependencia de Castellbó, capital del valle, y la falta de servicios produjeron el paulatino despoblamiento y, en 1963, cuando la electricidad llegó al pueblo, quedaban cuatro vecinos.
El caserío, que aún se conserva en buen estado y vive la recuperación de alguna de sus viviendas, está coronado por una mínima ermita presidida por el campanil. En el interior se conserva el altar y el coro alto y alrededor de la construcción se pueden ver algunos pozos de agua. Junto al muro de la ermita, el recoleto cementerio exhibe una solitaria cruz de hierro adornada con un bello trabajo de forja.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Matandrino - Segovia

La aldea de Matandrino es el mayor de los despoblados que se reparten por el término de Pradeña, en el que también se pueden ver los restos de Pradenilla, El Villar y Peña Corva, éste último en las proximidades del molino del mismo nombre. Todos ellos eran pequeños núcleos de apenas diez casas, surgidos durante la Edad Media y dedicados al aprovechamiento agrícola y ganadero de la zona.
La primera cita de Matandrino se remonta al siglo XV, cuando aparece mencionado como Mata Andrino, seguramente por la existencia en el lugar de un bosquete de endrinos (andrino, en Segovia), arbusto que tiene como fruto la endrina, destinada a la elaboración del pacharán. En el siglo XIX, el pueblo contaba con siete casas "de mala construcción y escasas comodidades" y hacia 1950 se había extendido ligeramente y estaba habitado por unos 40 vecinos. Años después, todos acabarían por abandonar el caserío, convertido en un conjunto de tejados hundidos en medio de un paisaje de secano, labrado todavía por algún tractor.
Una tosca cruz de madera sobre un mojón de piedra parece presidir la entrada al pueblo, formado en realidad por un grupo de casas diseminadas, modestas construcciones de piedra de buen tamaño, con cubiertas de teja en las que a veces sobresale la estructura desvencijada de unas vigas de madera.
Junto a las casas, los establos cumplen ahora la función de pajares y almacenes de aperos para los agricultores del término mientras que, adosada a los muros, se puede ver la inconfundible panza de algún que otro horno. Aquí y allá, el potro destinado a herrar el ganado y algunos artilugios abandonados, como una máquina utilizada para limpiar la parva, dejan entrever un pasado -no tan lejano- muy unido a las labores de la tierra.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Cañicera - Soria

Otra de las aldeas que han sufrido las consecuencias de la despoblación de la sierra de Pela es la mínima localidad de Cañicera, resguardada a los pies de un altozano con amplias vistas de la comarca de Tiermes. Desde aquí, el territorio que se extiende a los ojos del viajero, pese a su aparente desnudez, estuvo bastante poblado entre la Edad de Bronce y la Edad Media y conserva abundantes huellas del pastoreo en la región, entre ellas algunas rústicas majadas destinadas a guardar los rebaños.
La ganadería fue precisamente una de las actividades principales en Cañicera, en cuyo término abundaban los manantiales y los pozos que servían de abrevadero a vacas y ovejas. Además, la riqueza de agua facilitaba el riego de algunas huertas cercadas por alamedas y los vecinos del pueblo se surtían de una generosa fuente, tanto para beber como para las necesidades domésticas.
Estos recursos permitieron que, durante décadas, se mantuviera una población estable de sesenta vecinos, repartidos en catorce viviendas y dotados de casa consistorial, un pequeño templo y una escuela, cuyo maestro ejercía también de sacristán y secretario de ayuntamiento.
Hacia 1960, aquella población había comenzado a disminuir y, durante la segunda mitad del siglo XX, la falta de luz, de saneamiento y de agua corriente empujó al vecindario a otros lugares. Hoy sólo vive una familia que se ha construido su nueva vivienda a las afueras y el núcleo de Cañicera ha pasado a ser un bello conjunto de casas, aún en buen estado, que asoman sus portalones y sus ventanas enrejadas a una sola calle.
A la entrada se pueden ver los escasos restos del templo de San Martín, muy derruido, y en la parte más alta de la calle aún permanece en pie la antigua fuente. Alrededor del pueblo, apenas siguen en pie las paredes de un palomar y sobre el suelo yace el tronco seco de un viejísimo árbol, con las raíces al aire.

( Pilar Alonso y Alberto Gil)