miércoles, 12 de octubre de 2016

Las Muñecas - León

La pequeña localidad de Las Muñecas es una de las poblaciones que se asoman al recogido valle del Tuéjar, en tiempos propiedad de los marqueses de Prado, que habían levantado su palacio en el pueblo de Renedo de Valdetuéjar. La presencia de esta familia de la nobleza se remonta a la Edad Media y sus prácticas feudales dejaron una huella muy profunda en este paisaje idílico, regado con las aguas del río Cea y cubierto de vegetación, que todavía es conocido en la comarca como el "valle del hambre".

Fiesta patronal

En verano, Las Muñecas resucita con la presencia de algunos de sus antiguos vecinos, que conservan las construcciones en buen estado y todavía se reúnen el 6 de agosto para celebrar la fiesta del patrono, San Salvador. Pero en invierno el pueblo entra en un profundo letargo, apenas alterado por el trascurso del pequeño cauce que atraviesa el caserío y los quehaceres de los dos únicos lugareños que se niegan a abandonar sus casas.
Hace poco más de un siglo, Las Muñecas contaba con 36 casas y más de ciento treinta vecinos, que disponían de escuela "de primeras letras" y vivían de la agricultura y la ganadería. Pero en 1950 la población ya se había reducido a la mitad y a partir de esa década comenzó un lento goteo que parece haberse detenido en el umbral del despoblamiento absoluto. El recorrido del caserío, con su trazado de calles de tierra, permite disfrutar aún de algunos hermosos edificios que se protegen del frío de la zona gracias a sus gruesas paredes de piedra. Sobre los tejados se alza la iglesia parroquial, con una torre cilindrica que en otros tiempos servía para llegar a las campanas, cuando éstas marcaban el transcurso del día con sus repiques.


(Pilar Alonso y Alberto Gil)

El Cañigral - Teruel

Al borde a la pequeña sierra de Javalón, una de las formaciones que integran los montes Universales, se encuentra el mínimo núcleo de El Cañigral, un barrio dependiente de Albarracín y asentado en una ladera sobre un arroyo que acabará vertiendo sus aguas al río Cabriel. La austeridad del paisaje, cubierto por pinos y sabinas, y la gran dureza del frío invernal en la región, parecen explicar el silencio que se ha adueñado de este conjunto de edificaciones situado en una especie de tierra de nadie en la divisoria entre Teruel y la serranía de Cuenca, una zona en la que han quedado abandonadas varias aldeas: El Membrillo, San Pedro, El Collado de la Grulla,...
Hasta épocas recientes el pueblo debió contar con una población nutrida, a juzgar por los restos de la escuela, un típico edificio de la posguerra en el que aún se adivina la vivienda del maestro. En el centro del pueblo se puede ver la ermita, construida en el siglo XVIII, según reza en el dintel de su puerta, una sólida obra de madera que protege el interior de este mínimo templo. El edificio ha sido restaurado recientemente por un fraile de la orden de San Juan de Dios, que ejerce de ermitaño en una vivienda cercana.

Horno de piedra
Escalonándose a lo largo de la ladera se pueden ver otras construcciones, modestas pero de buen tamaño, con la característica estuctura de dos plantas, la baja destinada a establos y la superior a vivienda. Entre todas ellas destaca de manera especial un caserón de buen porte, algo apartado del núcleo principal y dotado de una construcción aneja, un horno con forma de tronco de cono que se conserva en muy buen estado. Junto al riachuelo y en un frondoso paraje arbolado que incluye algunos álamos viejísimos, se alza lo que debió ser un antiguo molino, habitado esporádicamente y rodeado de un rústico conjunto de puentecillos de piedra que en otoño quedan ocultos bajo un denso manto de hojas.


(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Fregenite - Granada

Fregenite es una población serrana que mantuvo su tipismo hasta los años 40, en que se inició un lento proceso de despoblación que alcanzó su etapa más aguda en la década de los 60 y arruinó su característica arquitectura alpujarreña. En la actualidad sólo se mantienen en pie media docena de casas de las más de sesenta con las que contó el pueblo, aunque algunas se están reformando como segunda residencia. La presencia de albañiles y de los escasos vecinos que se asoman a las puertas o bajan silenciosamente a buscar agua a la fuente, son una prueba de que el pueblo, pese a su desolación, se resiste al abandono absoluto.
Poco antes de llegar al núcleo urbano, una era de piedra recuerda la época en la que los habitantes de Fregenite vivían del cultivo del cereal, utilizando los bancales construidos a duras penas en un terreno tan accidentado. En torno a estos cultivos todavía se pueden ver almendros, viejísimos olivos y algunas higueras que, junto con las cabras y ovejas, eran el parco medio de subsistencia de los vecinos.
Al bajar al pueblo llama la atención es la aguda pendiente en la que el caserío parece mantener un precario equilibrio, incrustado en el espectacular paisaje montañoso donde se unen las sierras del Junco y de Lujar. Las calles reptan como pequeños senderos cubiertos de vegetación, mientras que las casas, de gran simplicidad, y presididas por las inconfundibles chimeneas alpujarreñas, se adaptan a la ladera del monte gracias a las terrazas escalonadas, presentes en toda la comarca.
Sólo los cuidados macizos de flores, las paredes recién encaladas y algunas cortinas sobre las puertas indican la existencia de un silencioso vecindario. En el interior de las viviendas, de una sola altura, las habitaciones tienen distintos niveles para amoldarse a la pendiente del terreno y en la parte trasera suelen esconder patios con corrales.

Molino de aceite
Entre las construcciones atraen la atención los restos de un molino de aceite, donde aún se puede ver parte de la maquinaria, la almazara y algunas tinajas. En la parte más alta del pueblo, separada de éste y con espectaculares vistas se alza lo que debió ser la escuela y la parte baja está ocupada por la iglesia, una construcción del siglo XVI que, tras sufrir graves daños durante la Guerra Civil, quedó reducida a un modesto templo  encalado en el que sobresale el mínimo campanario. Tras la iglesia está el cementerio y junto a ella, en una zona umbría cubierta de árboles, un caño ofrece el alivio de su agua fresca, procedente de un manantial cercano.


(Pilar Alonso y Alberto Gil)