martes, 11 de octubre de 2016

Rambla Honda - Almería

Media docena de palmeras alrededor de un aljibe saludan al viajero que se aproxima a Rambla Honda, una barriada repartida entre distintos cerros de las proximidades de Lucainena de las Torres. El terreno, muy característico del interior almeriense, es un conglomerado de rocas y suelos grisáceos, discretamente coloreado por las chumberas y algunos granados cuyos frutos maduran y se cuartean sin que nadie los recoja. En medio de este paisaje yermo transcurre la rambla que dio nombre al pueblo, un cauce seco durante la mayor parte del año y que, al llegar las lluvias se convierte en un peligroso torrente.
Una cadena cierra el paso de vehículos al inicio de la pista que lleva hasta el pueblo Antes de llegar, a media ladera de un altozano se alza un cortijillo aislado y tras un breve trayecto a pie se alcanza el cogollo del caserío aupado sobre una elevación del terreno. El recorrido de este núcleo en d que se mezclan construcciones en ruinas con casas habitadas ocasionalmente, trasmite una cierta desazón. El silencio apenas alterado por el eco de algunos ladridos, se ha apoderado del lugar, envolviéndolo con una aureola turbadora.

El declive de la minería
Hasta mediados del siglo XX, Rambla Honda era una animada localidad con más de 180 habitantes que vivían de la agricultura y de una minería volcada en la extracción del hierro y el cobre, con yacimientos muy abundantes en toda la comarca. La decadencia de estas fuentes de riqueza produjo la emigración masiva en la zona y Rambla Honda enmudeció al cabo de pocos años.
A la entrada del pueblo, un camión destartalado preside las antiguas eras, sobre las que aparecen restos de puertas y ventanas así como cerraduras llenas de herrumbre. En torno a este espacio se encuentran la mayoría de las viviendas, encaladas y con breves porches en los que asoma algún emparrado. Pequeñas construcciones destinadas a cuadras y pocilgas completan la estampa de este caserío.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Piedrahita - Teruel

En medio de una paisaje inhóspito atravesado por el río Huerva, al borde de la Sierra de Cucalón, hay una sucesión de pueblos: Allueva, Salcedillo, Fonfría,..., que se animan en verano, gracias a una población estacional y con la llegada del invierno entran en un profundo letargo. De todos ellos, el más solitario es Piedrahita, oculto en un valle entre dos sierras y habitado por una familia dedicada a la agricultura y el pastoreo,que obtiene parte de los ingresos vendiendo la lana de las ovejas.
Antes de llegar al pueblo, el paraje, de aspecto pedregoso y cubierto de matorral, se ve mitigado po una bonita chopera que bordea un estrecho arroyo de aguas limpias, que antiguamente mantenía activo un molino harinero. Pero al entrar en el caserío el alivio desaparece a la vista del conjunto de edificaciones, una mezcla de paredes ruinosas y viviendas restauradas para subsistir como segundas residencias.
En el centro del pueblo mana el fresco caño de un manantial y se alza un monumental chopo que cubre la plaza con su frondosa copa. A su sombra deambulan las gallinas, una de las pocas demostraciones de la presencia humana en este pueblo que, durante el siglo pasado, llegó a contar con más de cincuenta casas y con una población cercana a los 200 habitantes que vivían del cultivo del cereal y algunas huertas.

Templo barroco
La única herencia visible de aquel pasado más próspero son los precarios restos del templo parroquial, una construcción barroca consagrada a San Pablo Apóstol y de la que, a duras penas, siguen en pie algunas paredes, restos de la bóveda, capiteles y arquerías trazando un insólito vuelo en el aire.
Los vecinos han conseguido mantener a salvo una de sus campanas, después de que la otra cayera y fuera robada, pero la puerta del templo, un excelente trabajo de talla de madera, permanece en un incomprensible estado de abandono.