lunes, 10 de octubre de 2016

Domeño - Pueblo abandonado

La abigarrada población de Domeño, escalonada sobre un monte escabroso en la confluencia de los ríos Turia y Chelva es un ejemplo elocuente de las consecuencias de una expropiación acometida por razones "de interés público"; la ampliación del pantano de Loriguilla, todavía pendiente de ejecución. Tras un largo contencioso, los últimos vecinos abandonaron sus casas hace dos décadas para trasladarse a un pueblo de nueva construcción y el caserío de Domeño entró en un proceso de degradación imparable que lo ha convertido en un peligroso amasijo de ruinas. En épocas no muy lejanas, la localidad tenia una población de más de un millar de habitantes que llenaban de vida las calles, tortuosas y empinadas. El pueblo contaba con ayuntamiento, escuela y un templo parroquial de buenas dimensiones, cuyos restos aún sobresalen entre los tejados hundidos. En lo alto del cerro se pueden ver las ruinas de un castillo que, tras un largo periodo de abandono, estuvo ocupado durante las guerras carlistas. Entorno al pueblo, la pobreza del suelo no favorecía la agricultura, reservada a las riberas del Chelva, donde se producían frutas, hortalizas, cereales y otros cultivos que mantenían en activo dos molinos harineros y dos almazaras.

Maniobras militares
La expropiación del suelo puso punto final a la historia de Domeño. El pueblo fue puesto a la venta y desguazado. Sus tejas, puertas y ventanas se convirtieron en material de construcción para casas rústicas y las calles se transformaron en escenario de maniobras militares con fuego real, hasta que el caserío pasó a ofrecer la estampa de una aldea asolada por los bombardeos. Las calles son ahora intransitables y no es aconsejable internarse entre los edificios, algunos de los cuales muestran sus insólitas fachadas coloreadas. A un costado del pueblo, en lo alto se atisban los restos del cementerio y en las cercanías, el gigantesco chorro de una conducción de agua produce la ilusión de una cascada natural.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Bárcena de Bureba - Pueblo abandonado

Cuando el tendido de la luz llegó a las poblaciones de la comarca, allá por los años 40, el alcalde de Bárcena tomó una decisión -rechazar el suministro de electricidad- que supuso una especie de suicidio aplazado para esta bonita localidad agrícola. Pasado algún tiempo, la posibilidad de llevar el cableado era tan costosa que resultó inviable y la dureza de los inviernos de la zona, cuando las manadas de lobos llegaban hasta las mismas calles de Bárcena, hicieron el resto.
En los años 90 el pueblo quedó completamente deshabitado y concluyó la historia de esta localidad cuyos orígenes se remontan al menos a la Edad Media, a juzgar por el porte de algunos caserones, accesibles a través de puertas adoveladas.

Economía de subsistencia
Durante el siglo XIX Bárcena era un núcleo de veintitantas casas en las que vivían familias entregadas al aprovechamiento de las tierras del término, dedicadas sobre todo a la producción de trigo y cebada y al cultivo de algunos frutales que prosperaban en la vega. El cauce movía dos molinos harineros en los que hacían la molienda varios pueblos del entorno y la elaboración de queso de oveja y la pesca de cangrejos de río, muy apreciados en toda la provincia, contribuían a la economía local, al igual que la recogida de nueces. Todavía hoy se puede ver algún magnífico ejemplar de nogal presidiendo una encrucijada de calles en medio del pueblo. A simple vista, el caserío aparece repartido en dos barrios a distinta altura, el más bajo cerca del cauce del Hontomin, que trascurre bordeado por una vegetación exuberante, y el más alto coronado por la iglesia parroquial, un delicioso templo románico dedicado a San Julián, cuyo retablo permanece a salvo en un museo de Burgos. En ambos barrios son visibles casas de buena planta, generalmente dotadas de cuadra y dos pisos, totalmente saqueadas y con las techumbres hundidas o en estado muy precario.
La mayoría de las construcciones fueron levantadas con ayuda de una excelente piedra «toba», muy bien trabajada, que era serrada por los picapedreros en una cantera de la zona. Quedan los muros de sillería como prueba elocuente de la robustez de estas obras, levantadas para sobrevivir muchos años, aunque su destino es muy diferente ya que han sido puestas a la venta para utilizar la piedra en nuevas construcciones.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)