sábado, 8 de octubre de 2016

El Hueli - Pueblo abandonado

El Hueli, asentado sobre una colina en medio de una sucesión de cerros cubiertos de chumberas, evoca por completo el paisaje africano y produce en el viajero la rara sensación de andar perdido en una remota aldea del Magreb. El propio nombre ya hace pensar en el posible origen árabe de ese nucleo de casas que se apiñan protegiéndose de la dureza del panorama de suelos arcillosos, ricos en cuarzo, y bancales en los que alguna vez se cultivaron almendros, olivos y cereales. Todavía, de vez en cuando, se acerca algún lugareño a este paraje y da los penúltimos golpes de azadón a la tierra, dividida por pequeños muretes de piedra medio derruidos. La despoblación se inició en los años sesenta y culminó hacia 1980 debido a la falta absoluta de servicios básicos: electricidad y saneamiento, y a las fatigosas condiciones : Pese a todo, muchos propietarios masntuvieron los terrenos en cultivo y conservaron las casas, evitando al menos su derrumbe. De esta forma se ha preservado hasta hoy este gracioso conjunto de arquitectura popular, formado por el núcleo principal y edificaciones aisladas que debieron ser autosuficientes gracias a que el agua no parece escasear en la zona. Pozos y cañaverales Nada más llegar, un grupo de eucaliptus de buen porte y una densa mata de pitas y chumberas rodea el primer cortijo, con sus sólidos muros y restos de un gran corral de ganado. A partir de aquí, la pista se acerca al cerro de El Hueli y antes de llegar, pasa junto a un manantial que alimenta una alberca rodeada de cañaverales, creando la ilusión de un pequeño oasis cubierto de vegetación. Cerca se alza otro cortijo aislado y junto a la alberca, un pozo cubierto recuerda nuevamente una vieja estampa morisca. Desde aquí, el camino sube al cerro, donde se agrupan tres pequeños conjuntos de casas, amoldadas al desnivel del terreno mediante escaleras y un incesante juego de tejados y terrazas que han preservado la singularidad del caserío. Éste adquiere su perfil más africano al caer la tarde, cuando las sombras afilan las aristas y los volúmenes cúbicos de las construcciones y el sol proyecta sus últimos rayos sobre el costado de la aldea.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Bel - Pueblo abandonado

A medida que la carretera se adentra en el macizo de Benifassá, en el Maestrazgo castellonense, el paisaje va adquiriendo una belleza áspera, acentuada por los agudos precipicios, las terrazas abandonadas de los cultivos y la quietud que pesa sobre toda la sierra. Por eso, la llegada al pulcro caserío de Bel, que se alza sobre una loma en medio del silencio, produce cierto alivio en el viajero y pone el contrapunto humano en una región agreste, salpicada únicamente por algunas "barracas" (chozos de pastor) y masías abandonadas. Origen musulmán El pueblo de Bel es una fundación musulmana que sería ocupada posteriormente por Jaime I el Conquistador, aunque la presencia humana en su término se remonta a la Edad de Bronce, a juzgar por algunos restos descubiertos recientemente. Hace algunas décadas la localidad superaba los ciento veinte habitantes y tenía escuela, ayuntamiento e incluso cárcel. Los vecinos vivían de la producción de cereales y patatas, la cría de ganado lanar y cabrío y la fabricación de carbón, aprovechando la riqueza de madera, que también era conducida a otras zonas de la comarca. La caza era abundante, aunque había que compartir los montes con una nutrida población de lobos, de los que hoy solo queda el recuerdo. El aislamiento del pueblo, que no contó con carretera hasta épocas muy recientes, produjo la marcha de sus habitantes hasta que sólo quedó una familia que hoy habita de forma estable en una de las casas de la calle principal. Al inicio de ésta se encuentra la iglesia de la Asunción, un pequeño templo románico que conserva elementos barrocos en su interior, pese a que sus retablos fueron trasladados a Tortosa. Junto a la iglesia, el cementerio exhibe alguna curiosas estelas y a los pies del templo hay un abrevadero y una fuente de aguas frescas. A ambos lados de la calle principal se alinean la mayor parte de las casas, construcciones muy sencillas y cuidadas por sus propietarios que aún se juntan todos los años, a primeros de junio, para celebrar las fiestas de su patrona.     

(Pueblos abandonados - Pilar Alonso y Alberto Gil)                                                                                                  

Arbeyales - Asturias

Cuando el viajero se aparta de la carretera general para adentrarse en el valle del Pumarín, lo primero que le sorprende es la espectacular belleza de este rincón, oculto a la vista y salpicado por las manchas de los grupos de tejados de seis o siete aldeas. Pero a esa primera impresión le sigue otro descubrimiento: la absoluta quietud de esos pueblos mínimos, en su mayoría deshabitados y que han impregnado de un raro silencio todo el paisaje.
Uno de estos pueblos es Arbeyales, asentado al fondo del valle, sobre una ladera cercana al cauce del río y en una zona cubierta por frondosos robles. El caserío, que reúne una docena de viviendas, así como abundantes pajares y las escuelas, está siendo recuperado en parte por sus antiguos vecinos, que han acometido la rehabilitación de algunos edificios e incluso hórreos y paneras para convertirlos en viviendas de verano.
En invierno el pueblo queda vacío y en sus calles ya no se atisba la actividad de otras épocas, cuando era conocido por su "casa de monta", dotada de tres sementales, a la que eran llevadas todos los años unas 500 yeguas.
Durante los dos últimos siglos, Arbeyales ha mantenido una población cercana a los 50 habitantes, dedicados en su mayoría a la ganadería y al cultivo del maíz, el centeno, las patatas y las castañas, que se utilizaban como alimento para los cerdos y permitían producir unos excelentes jamones. La marcha de los vecinos ha supuesto también el abandono de las tierras, regadas únicamente por la lluvia y por el río Pumarín, que corre libremente formando pequeñas cascadas después de bajar por el Monte Húmedo, desde el puerto del Palo.
Cerca del pueblo aún se conserva una capillita con techo de pizarra aunque los oficios religiosos se celebraban el Santa Coloma, parroquia y cementerio de todos los pueblos de valle y uno de los pocos núcleos que aún permanecen habitados.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)