viernes, 9 de diciembre de 2016

Urdiales de Colinas - León

El abandono de Urdiales de Colinas, caserío de pizarra y arquitectura negra encajonado en un bellísimo entorno montañoso, parece estar unido a la crisis de la minería en la región y a la dureza de las condiciones de vida, que entre 1950 y 1970 hicieron que la población descendiera de 162 a 10 vecinos.
En los años 50, la mayoría de los mozos del pueblo trabajaban en la mina Casilda, y se desplazaban a pie durante cuatro horas para poder hacer su jornada. El dramático aislamiento del lugar contribuyó a la marcha inexorable de sus habitantes y ahora el ganado se mueve mansamente por las calles bajo la vigilancia distante de sus dueños, que utilizan el pueblo como establo y siguen guardando las reses en los bajos de las viviendas deshabitadas.



Solanas de madera
La localidad, que se escalona sobre un cerro, está formada por una veintena de casas con muros de piedras y cubierta de pizarra, sobre cuyas fachadas sobresalen los fragmentos de lo que alguna vez fueron las solanas de madera. En lo alto se asientan los restos de la iglesia de Santa Bárbara, un tosco edificio en el que únicamente destaca el campanario, protegido por un mínimo tejadillo de pizarra. Desde esta altura, el pueblo se muestra al visitante como un oscuro conglomerado que asoma en medio de la vegetación, animado únicamente por el brillo de los tejados, algunos hundidos y otros convados caprichosamente por el paso del tiempo.
En medio del valle transcurre un arroyo helado y transparente, uno más de estas tierras en las que abunda el agua, que alimenta una fuente cercana al pueblo y antaño permitía regar los huertos de legumbres y patatas destinados a la subsistencia de los vecinos.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

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