domingo, 11 de diciembre de 2016

Quintana de la Peña - León

Los últimos tramos de la pista de tierra y guijarros que conduce a Quintana de la Peña, sombreados por robles de buen porte, permiten disfrutar de una idílica estampa del pueblo, que asoma a lo lejos entre la vegetación, a media ladera del monte Peñacorada. Antes de salvar el último repecho hasta el caserío, a la izquierda, se puede ver el pequeño cementerio protegido por las zarzas en el que se mantienen en pie las dos o tres cruces de los últimos lugareños enterrados en este pueblo.
Durante el siglo XIX Quintana de la Peña llegó a contar con setenta vecinos y una escuela a la que asistían una veintena de niños, que llenarían el lugar con su griterío. Sacando buen provecho de la calidad de las tierras y los pastos del entorno, la población vivía de la ganadería, de los cultivos de legumbres y grano y de varios telares donde se producían lienzos caseros que eran vendidos en las ferias de la zona.
El aislamiento del caserío, que nunca llegó a contar con carretera, produjo su paulatino abandono y en 1981 se fue el último vecino, pasando a ser ocupada esporádicamente por una asociación de carácter asistencial.

Agua de alberca
Al llegar a la entrada del pueblo una insólita pintada "¡Cuidado, Airtel informa!" pone su contrapunto irónico al silencio, que se extiende como una tela invisible sobre los caserones, alineados a lo largo de la calle principal. Al comienzo de ésta, se alzan los restos de la iglesia parroquial, dedicada a Santa Eugenia, de la que únicamente se conservan las paredes y la espadaña, desnuda de campanas. Unos esbeltos chopos montan guardia junto al templo y, a medida que el viajero sube por la calle, otros árboles -entre ellos un hermoso nogal- asoman entre las paredes hundidas.
Casas con galerías de madera en torno a un patio, fachadas adornadas con ventanas de ladrillo, grandes corrales y edificios al borde del derrumbamiento se suceden en esta calle, coronada por albercas donde se recoge un agua que llegó a ser famosa en la región por su calidad.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

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