domingo, 11 de diciembre de 2016

Pardos - Zaragoza

Hay algo de espectacular en el emplazamiento de Pardos, pueblo encaramado en la sierra del mismo nombre y protegido en la hondonada que forman dos cerros, por los que en época de lluvias transcurre un torrente que va dejando huellas de una abundante vegetación a su paso. Tras el recorrido de las tierras bajas y las laderas, en las que se mantienen zonas de cultivo y abundan las parideras, corrales de piedra destinados a guardar las ovejas, la subida hasta Pardos provoca una mezcla de sorpresa y desazón a la vista de este caserío, todavía bien conservado.
Antes de llegar, las dimensiones del cementerio ya anticipan al viajero su encuentro con un pueblo que tuvo cierta importancia en el pasado, llegando a contar con ayuntamiento, cárcel, escuela, tienda de comestibles, así como una iglesia parroquial consagrada a Nuestra Señora de la Asunción y dos ermitas, Santa Catalina y San Antonio Abad, de las que se conservan las ruinas. Una treintena de casas daban cobijo a otras tantas familias, dedicadas a la agricultura y al cuidado de rebaños de ovejas y cabras, que aprovechaban los pastos del término, en el que también hubo minas de plata y canteras de yeso.

Ayuntamiento y escuela
Una amplia era precede la entrada al pueblo, que discurre a lo largo de una prolongada calle central, bordeada por edificios de buen porte, en ocasiones con balconadas de madera. Los muros de adobe rojizo de las casas alternan con los interiores pintados de añil y entre las construcciones se identifican los restos de las escuelas, con sus pizarras incrustadas en la pared, o el edificio de la casa consistorial, que ocupa una esquina de lo que debió ser la plaza mayor. Continuando por la calle se alcanza una fuente de varios caños, de la que aun mana el agua timidamente, a los pies de una enorme roca. Cerca se alza la iglesia, bien conservada por fuera pero con el interior destrozado y, a partir de esta plazuela, una breve calle y una hilera de casas suben hacia el monte.
A lo largo del pueblo, sobre la espesa vegetación que ha ido invadiendo patios, corrales y callejones, asoman higueras y almendros y el silencio sólo se ve alterado por el zumbido monocorde de los avisperos. 

(Pilar Alonso y Alberto Gil, 

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