domingo, 20 de noviembre de 2016

Sobrón - Lantarón (Alava)

La pequeña villa de Sobrón, apartada en un paraje del desfiladero que cae en picado sobre el curso del Ebro, es un caserío diseminado entre montes abruptos. Sólo las dimensiones de la iglesia parroquial emplazada en un alto y camuflada bajo grandes árboles, deja entrever que aquí hubo un pueblo formado por algo más unas cuantas casas que asoman entre la floresta, sin otra compañía que algunos vecinos de fin de semana y los sonidos de un ganado que se sigue guardandose en los cercados del entorno.
Hasta hace algunas décadas, Sobrón era un núcleo de treinta casas, con una población de ciento veinte habitantes y una escuela a la que asistían veintitantos niños. El vecindario, aprovechando la bonanza del clima, vivía del cultivo de las huertas y de algunos frutales, como manzanos y cerezos, y se dedicaba esporádicamente al carboneo. La presencia de fuentes abundantes, entre ellas la llamada Caliente, permitió con el tiempo el desarrollo de un incipiente turismo que se acercaba a tomar baños en las estaciones termales a orillas del Ebro, donde a mediados del siglo XIX surgió un pujante balneario. En plena Guerra Civil, éste se convirtió en un hospital de campaña para atender a los heridos en el frente del Ebro y al terminar la contienda pasó a ser un singular refugio para oficiales alemanes que se negaban a volver a su país bajo las órdenes de Hitler.

Presencia alemana

En recuerdo de aquella época, junto a la ruinosa iglesia de Sobrón vale la pena acercarse al mínimo cementerio, a punto de ser engullido por una maraña de vegetación entre la que aún se distingue alguna lápida que recuerda la presencia alemana en la zona. Ya en el pueblo, entre las construcciones destaca la casa de la villa, un sobrio edificio de tres plantas en las que se repartían la escuela, la vivienda del maestro y la sala de reunión del vecindario. En las inmediaciones se alzan algunos espléndidos cerezos, al cuidado de los lugareños que han iniciado una tímida recuperación del caserío y que no dudan en desgranar sus recuerdos ante la curiosidad del viajero.


(Pilar Alonso y Alberto Gil)

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