miércoles, 30 de noviembre de 2016

Casillas de Díaz - Málaga

La sequedad y pobreza del terreno parecen haber ganado la batalla a esta aldea, formada por varios núcleos de casas que salpican un paraje de la sierra Gibargalla, dominando unas excelentes panorámicas del valle de Guadalhorce. Las edificaciones, en estado muy ruinoso, se reparten en dos o tres cerros, a distintas alturas y aprovechando los vaivenes de un terreno en el que apenas asoman algunas encinas, almendros y algarrobos que ayudaban al pueblo en su precaria subsistencia.
A mediados de los años setenta, la mayoría de los habitantes de Casillas buscaron acomodo en los nuevos pueblos de colonización de Cerralba y Zalea, asentados en el valle y volcados en una agricultura más productiva. Con anterioridad, los vecinos de la aldea se habían dedicado a actividades tan diversas como la elaboración de carbón vegetal y la producción artesanal de escobas de retama que vendían en los pueblos de la comarca. Pero la falta de luz y de agua, que sólo se podía obtener en algunos pozos, hoy secos, produjo la total decadencia de esta localidad que pasó de tener más de cien viviendas, escuela y bar con tienda, a convertirse en un fantasmagórico caserío.
El pueblo, al que se accede por un camino que atraviesa la pelada sierra coronada por un repetidor de televisión, aparece diseminado por las paredes de una especie de vaguada que desciende hacia el valle.

Chicharras y ortigas
El mayor núcleo de viviendas bordea la calle principal, formando sendas hileras, entre las que se mantienen en pie algunas casas blanqueadas y cubiertas con la tradicional teja árabe. Su interior, de una simplicidad extremada, a menudo contaba con una sola habitación dividida en dos mediante cañizos. Entre las construcciones abundan también las cuadras, hechas con muros de piedra y, de vez en cuando, algunas paredes de mayor altura recuerdan la existencia de casas de dos plantas, en las que se adivinan escaleras, chimeneas y restos de antiguos patios.
Sobre sus escombros asoman las pitas, las ortigas prosperan sin dificultad y se mueve libremente una nutrida población de reptiles que abandonan sus mudas entre las piedras.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

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