lunes, 10 de octubre de 2016

Bárcena de Bureba - Pueblo abandonado

Cuando el tendido de la luz llegó a las poblaciones de la comarca, allá por los años 40, el alcalde de Bárcena tomó una decisión -rechazar el suministro de electricidad- que supuso una especie de suicidio aplazado para esta bonita localidad agrícola. Pasado algún tiempo, la posibilidad de llevar el cableado era tan costosa que resultó inviable y la dureza de los inviernos de la zona, cuando las manadas de lobos llegaban hasta las mismas calles de Bárcena, hicieron el resto.
En los años 90 el pueblo quedó completamente deshabitado y concluyó la historia de esta localidad cuyos orígenes se remontan al menos a la Edad Media, a juzgar por el porte de algunos caserones, accesibles a través de puertas adoveladas.

Economía de subsistencia
Durante el siglo XIX Bárcena era un núcleo de veintitantas casas en las que vivían familias entregadas al aprovechamiento de las tierras del término, dedicadas sobre todo a la producción de trigo y cebada y al cultivo de algunos frutales que prosperaban en la vega. El cauce movía dos molinos harineros en los que hacían la molienda varios pueblos del entorno y la elaboración de queso de oveja y la pesca de cangrejos de río, muy apreciados en toda la provincia, contribuían a la economía local, al igual que la recogida de nueces. Todavía hoy se puede ver algún magnífico ejemplar de nogal presidiendo una encrucijada de calles en medio del pueblo. A simple vista, el caserío aparece repartido en dos barrios a distinta altura, el más bajo cerca del cauce del Hontomin, que trascurre bordeado por una vegetación exuberante, y el más alto coronado por la iglesia parroquial, un delicioso templo románico dedicado a San Julián, cuyo retablo permanece a salvo en un museo de Burgos. En ambos barrios son visibles casas de buena planta, generalmente dotadas de cuadra y dos pisos, totalmente saqueadas y con las techumbres hundidas o en estado muy precario.
La mayoría de las construcciones fueron levantadas con ayuda de una excelente piedra «toba», muy bien trabajada, que era serrada por los picapedreros en una cantera de la zona. Quedan los muros de sillería como prueba elocuente de la robustez de estas obras, levantadas para sobrevivir muchos años, aunque su destino es muy diferente ya que han sido puestas a la venta para utilizar la piedra en nuevas construcciones.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

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